Columna de opinión de Jesús Vidal, Administrador Público, Lic. en Ciencias Políticas y Administración Pública.
En cada elección presidencial chilena aparecen figuras que, si bien se sitúan en la izquierda del espectro político, no tienen ninguna vocación de mayoría. Eduardo Artés y Marco Enríquez-Ominami son ejemplos elocuentes de candidaturas que más que disputar el poder real, compiten por una cuota simbólica, testimonial, o incluso personal. Lejos de articular alianzas o insertarse en proyectos colectivos, sus campañas giran en torno a su figura, a su ego político, y no a la construcción de una alternativa viable. Son candidatos sin coalición, sin base social orgánica, sin posibilidad real de conducir un proceso transformador.
Eduardo Artés representa una izquierda fosilizada, anclada en un discurso revolucionario que ni siquiera las juventudes más radicales del presente parecen tomar en serio. Su proyecto, nostálgico del comunismo ortodoxo, desconectado de las demandas actuales del pueblo chileno, se vuelve irrelevante en el debate público. En las presidenciales de 2017 obtuvo apenas un 0,51% de los votos, y en 2021 subió marginalmente al 1,47%. Resultados que confirman su total desconexión con las mayorías populares y su rol como candidato de nicho, cuyo objetivo no es ganar, sino simplemente estar.
Marco Enríquez-Ominami, por otro lado, ha hecho de su candidatura presidencial una franquicia personal. Desde 2009 ha postulado en cuatro elecciones consecutivas. En su debut obtuvo un sorprendente 20,14%, pero lejos de capitalizar ese impulso, su apoyo fue en declive: 10,98% en 2013, 5,71% en 2017 y un irrelevante 7,61% en 2021. Sin partido real, sin militancia activa y sin otra narrativa que la de su propia biografía, ME-O se ha convertido en un candidato en busca de cámara, más preocupado por estar en la papeleta que por construir una alternativa creíble para gobernar.
Ambos comparten una lógica: sus candidaturas no están pensadas para gobernar, sino para existir. Son proyectos que se sostienen más en la voluntad de sus líderes que en un proceso colectivo de construcción política. Ni Artés ni ME-O representan un frente amplio de izquierda, ni un horizonte común para las luchas sociales. Son iniciativas unipersonales que dividen más que sumar, y cuya persistencia revela una cultura política centrada en el protagonismo individual antes que en la articulación de mayorías transformadoras.
El problema no es solo su falta de votos, sino su falta de estrategia. En un momento donde la izquierda chilena enfrenta desafíos enormes y necesita unidad, propuestas programáticas sólidas y vocación de mayoría, candidaturas como la de Artés y ME-O operan como obstáculos simbólicos. No construyen, no convocan, no disputan hegemonía. Son candidaturas que funcionan como pequeñas pymes electorales, donde lo importante es participar, no transformar. Y mientras eso siga ocurriendo un sector de la izquierda seguirá más preocupado de la performance personal que de la posibilidad real de gobernar.

¿Qué es de un «izquierdista» si no llega a la clase trabajadora? Edición foto: Mauricio Casanova